Ocultar el poder de la gracia


Era una boda y la homilía del sacerdote fue muy conmovedora; casi poética. Se notaba que tenía tablas de comunicador tras sus muchos años dedicado a la enseñanza. Habló de la necesidad de escuchar al otro; de lo importante que es dialogar; del amor y cómo hay que amar todos los días a tu pareja; de los pequeños detalles; del perdón mutuo y diario… En fin, la hoja de ruta para construir un amor sólido a prueba de vaivenes.

Todos esos consejos nupciales que daba ese buen hombre los suscribiríamos el cien por cien de los humanos, pero se quedó ahí, en un plano meramente humano. Ni una palabra del poder de la gracia en nuestra vida o cómo actúa el sacramento del matrimonio. Su homilía podría haberla repetido perfectamente el alcalde del pueblo que casa por lo civil, o el terapeuta de turno que ayuda a un matrimonio en crisis.

Me quedé con ganas de preguntar a este religioso: ¿Qué pasa si quieres perdonar pero no puedes? ¿O si quieres hablar con tu mujer o con tu marido y no hay manera? ¿O se hace difícil escuchar? ¿O no te sale ofrecer gestos de amor? Los terapeutas no tienen respuestas ante esas situaciones. Habrá otros que te pidan más esfuerzo, más generosidad, más darte… sí, muy bien, pero hay momentos que no te sale; que estás seco; que no puedes. Que desde tu humanidad no puedes dar un paso más. Entonces, ¿qué hacemos?

No acabo de entender como ocultamos de forma tan manifiesta el poder de la gracia. Dios nos quiere felices y no nos deja solos. Nos ayuda y nos ofrece su poder para superar problemas y dificultades. El Señor sabe que somos limitados, y que queremos hacer el bien, pero acabamos haciendo el mal que no queremos. Dios sabe que necesitamos todos los días de sus milagros para no romper lo que hay a nuestro alrededor. ¡Esto es algo grande! ¡Un tesoro!, pero lo escondemos.

«Creo que la crisis de la Iglesia es una crisis de fe. Una crisis de no creer en el poder de Dios. Una crisis de confianza en el Señor. Recurrimos a los consejos humanos porqué, quizás, no esperamos que Dios pueda hacer un milagro en nuestra vida»

Se casan dos mozos y, ¿que les ofrecemos?: las recetas de la señorita Pepis. Pero hombre, ¡regálale lo mejor que tenemos! Diles que en su aventura de matrimonio no van a estar solos. Que tendrán dificultades, sí, y en algunos momentos horribles, pero que tienen la promesa de que Dios les va ayudar con el poder del sacramento del matrimonio. Que Cristo va a ser el tercero en discordia, y que pueden confiar en ÉL. Que lo mejor de su matrimonio no es el piso que les ha regalado el suegro, o el viaje de novios en el hotel de Dominicana que va con la pulserita de «todo incluido». No hombre, no. Todo eso es accesorio. Lo más importante que tenemos los cristianos es que Dios quiere hacer milagros hasta en las cosas más pequeñas de nuestra vida. Él puede darte la gracia para que perdones lo que el mundo te dice que no puedes perdonar. Cristo te da la gracia para acortar con tu marido o con tu mujer esa distancia afectiva que es kilométrica. Esto es grande…

¿Qué pasa? ¿No nos creemos que Dios actúa en nuestras vidas? ¿No confiamos que el Señor puede mover montañas si quiere?

Creo que la crisis de la Iglesia es una crisis de fe. Una crisis de no creer en el poder de Dios. Una crisis de confianza en el Señor.

Este hombre bien intencionado, religioso de una de esas congregaciones legendarias dedicadas a la educación, es hijo de su tiempo y de la catequesis de su comunidad. Poco se le puede pedir, y menos juzgar. Hay que darle gracias por haber dedicado su vida a Dios, y de haber servido con tanta generosidad. Su homilía es, más bien, el reflejo de lo que nos pasa a los cristianos. Recurrimos a los consejos humanos porqué, quizás, no esperamos que Dios pueda hacer un milagro en nuestra vida. No nos acabamos de creer que ÉL, en su infinita misericordia, pueda, a pesar de nuestros pecados, transformar nuestra realidad.

Publicado en Religión en Libertad


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