En pleno siglo XVIII, con los Borbones recién llegados al trono, España seguía siendo un gran imperio, debilitado, pero todavía poderoso. Entre sus activos se encontraba la explotación del exclusivo monopolio comercial que gozaba con sus territorios de América, lo cual representaba la principal fuente de ingresos del país. Inglaterra, que no se conformaba con controlar solamente la costa este de Norteamérica, ambicionaba arrebatar a nuestra nación esa suculenta fuente de riquezas. Era tal la determinación y obsesión de los ingleses por arramblar con ese negocio que movilizaron a la mayor flota de desembarco jamás reunida hasta la fecha. Comandados por el almirante Sir Edward Vernon, esta nueva «Armada invencible» estaba compuesta por 180 navíos, 23.600 soldados y 3.000 piezas de artillería. Su objetivo militar era tomar Cartagena de Indias, centro neurálgico del Imperio español en América, la llave para enlazar México con Perú y el punto estratégico desde donde partían los barcos hacia la península cargados de oro y plata.
LA VULNERABLE CARTAGENA
Cartagena de Indias era la clave para mantener la hegemonía en América, y los ingleses, sabedores de su importancia, pusieron toda la carne en el asador. Además, tenían constancia de que Cartagena era muy vulnerable: los españoles apenas contaban con seis navíos,2.830 hombres y 99O piezas de artillería. Está superioridad de ocho a uno hizo desatar un ambiente de euforia en el bando inglés. Era tal la certeza, no sólo de la victoria, sino del aplastamiento de las fuerzas hispanas, que en Londres se lanzaron a acuñar monedas conmemorativas de la histórica victoria, con una leyenda que decía: «La arrogancia española humillada por el almirante Vernon» y «Los héroes británicos tomaron Cartagena, el uno de abril de 1741″.
Pero no pudo ser. Los ingleses no contaban con un factor humano de vital importancia: el almirante BIas de Lezo. Bregado en mil batallas, éste guipuzcoano de Pasajes de San Juan tenía el apodo de «medio-hombre» por haber perdido un brazo, una pierna y un ojo a lo largo de su intensa vida marinera. Tenía orden de defender el estratégico enclave y no estaba dispuesto a fallar al rey. A pesar de contar con una inferioridad de fuerzas como para desanimar al más optimista, ingenió una serie de tácticas de resistencia, como instalar a la entrada del puerto unas enormes cadenas que dificultaban las maniobras de los navíos enemigos o cavar zanjas al pie de las murallas para que las escaleras de asalto de los ingleses se quedaran cortas. Además, la estrategia militar de Blas de Lezo se asentaba en alargar al máximo el asedio sabiendo que los avituallamientos de los ingleses escaseaban, y la peste podía hacer su aparición gracias al clima tropical, y a la pésima determinación de Vernon en no enterrar a sus muertos.
Después de intentar doblegar una y otra vez a los españoles, los ingleses comenzaron a enfermar forma masiva, y nuestro valiente almirante, con tan sólo 300 marineros, cargó por sorpresa contra los invasores poniendo fin a la contienda. Como señala José Javier Esparza en «La gesta española»: «El 8 de mayo de 1714 comienza la retirada británica. Las bajas inglesas fueron brutales: 3.500 muertos en combate, 2.500 muertos por enfermedades, 7.500 heridos en combate. En cuanto a los barcos, el desastre fue mayúsculo: Los ingleses perdieron cincuenta barcos, además de 1.500 cañones capturados o destruidos por los españoles.
Proporcionalmente, cada barco y soldado español hizo frente y derrotó a diez ingleses». En Londres, claro, no perdieron un minuto en ordenar la retirada de las medallas conmemorativas a la «supuesta» victoria de Vernon sobre los españoles.
Ésta es otra historia ocultada: de cómo Blas de Lezo, un tuerto, manco y cojo, comandó a una armada ocho veces inferior al enemigo y, sin embargo, humilló a los ingleses con una derrota clamorosa y heroica, digna de pasar a los anales de las gestas que han hecho grande a la nación española.
Publicado en la revista Chesterton
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